jueves, 10 de julio de 2014

El fútbol y la vida






Cada cuatro años se celebra el evento deportivo más popular del mundo: el mundial de fútbol. Treinta y dos países compiten durante casi un mes para intentar alzar la copa, y cientos de millones de personas siguen el evento de forma casi religiosa.
Y con el mundial —al igual que con cualquier otro evento multitudinario— llega una avalancha de propagandas que intentan aprovechar un poco las emociones que despierta este deporte entre sus hinchas. Este año, una conocida marca de gaseosas lanzó una llamativa propaganda en la que comparan la vida con un partido de fútbol: La vida se parece bastante a un partido de fútbol...

Salimos a la cancha y el recibimiento es puro amor...
En los primeros quince somos pura ilusión y optimismo, nos queremos llevar el mundo por delante...
Allá por los treinta sabemos que hay que jugárselas y aprovechar las oportunidades... Queremos llegar bien plantados a los cuarenta y cinco y disfrutar tranquilos ese momento.
Ya en la segunda mitad vienen los cambios... sabemos más a qué jugar, cuándo darnos un lujo.
En los últimos quince miramos el reloj... tenemos menos piernas, pero el mismo corazón...
Pero hay un símil aún más importante que no podemos dejar pasar: el pitazo final. Después de los 90 —o de los 120 si hay alargue— el partido se acaba.
Los goles que hagan después de ese tiempo ya no cuentan como goles, los equipos ya no pueden decidir cambiar de estrategia y el resultado queda grabado en piedra.
Los jugadores sólo tienen esos 90 minutos para entregarlo todo e intentar cumplir su objetivo: ganar el partido.
Y lo mismo ocurre con la vida...

Tarde o temprano nuestras vidas llegarán a su fin.
Puede que no pensemos muy seguido en eso —ya que en el fondo todos creemos que somos inmortales—, pero algún día será nuestro último día. Y tenemos un trabajo que hacer.
Dios creó este mundo porque quería darnos placer, y no cualquier placer, sino que el máximo placer posible. Pero el máximo placer no puede ser regalado, sino que tiene que ser ganado. Por lo tanto, Dios creó este mundo y nos puso en él para que podamos ganarnos nuestro premio.

Pero a veces nos perdemos en la cancha. Se nos olvida que estamos jugando un partido importante, un partido trascendental.
Nos ponemos a hacer piruetas y lujos innecesarios, pero el reloj sigue corriendo. Debemos recordar que son sólo noventa minutos. Debemos calcular cada pase, cada disparo; es verdad que a veces debemos bajar el ritmo, pero es sólo para después poder tener energías para correr en una jugada decisiva.

Sólo tenemos noventa minutos, y debemos dejarlo todo en la cancha.
No importa si estamos en los primeros treinta, partiendo el segundo tiempo, en los últimos quince o en los descuentos.
Siempre podemos hacer una jugada decisiva.
Siempre podemos dar vuelta el partido.

Lo importante es siempre recordar que vinimos a este mundo con un objetivo, y no sólo a pasar el rato. Prepárate en la antesala para que puedas ingresar al banquete. Que comience el partido...